Presidentes, medios y periodistas: relaciones complejas (muchas veces) al margen de la ley
- Javier Gatti
- 14 abr 2024
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 4 nov 2024

Quienes nos creemos que somos los periodistas? Y quién se cree que es el presidente sino presidente? Y la sociedad a quiénes les cree? El tema de la semana es el tema de siempre, desde que existe el periodismo.
Como todes ustedes saben, no solemos estrolarnos contra la coyuntura y éstas notas suelen abocarse a un tema principal y mencionar superficialmente algunos secundarios o relacionados. En ésta entrega el asunto es la relación entre los gobiernos y la prensa afectadas por los sujetos cuya atención y favor se disputan: el de las audiencias votantes, la sociedad o el pueblo, otra vez, como prefieran. Pero no podemos dejar pasar algo que tal vez a ustedes también les llame la atención, la proliferación de metáforas sexuales o citas y analogías con refranes o cuentos populares incluso mal citados, por parte de funcionaries libertaries, empezando por el presidente.
¡Cuánta pulsión sexual mal tramitada, cuánto morbo mal escondido en los pliegues de un puñado de subconscientes en carne viva! ¡Cuánta constelación en lugar de una buena terapia!
Pero qué tiene que ver la relación (regulada por la Constitución Nacional, estatutos profesionales y tratados internacionales) del presidente con la crema y nata del periodismo argentino, con una versión bizarra y triple X de Bella Durmiente? Que las dos cosas involucran a Javier Milei, que habilita éste tipo de comparaciones en donde funcionarios imposibles de couchear (“no de nuevo, nada de cópulas, volvamos a las metáforas deportivas de Mauricio” aconsejaría Durán Barba) se expresan con pasmosa lujuria, en éste caso reescribiendo un cuento popular para niñes que está a tiro de Google.
En ninguna de las versiones firmadas, la de Giampaolo Battista, Charles Perrault o los Hermanos Grimm, el príncipe que salva a una corte completa del hechizo de una bruja (que no era ni zurda ni populista sino que estaba socialmente resentida) abusa de cada cortesano y cortesana dormida para despertarlos, esto ocurre cuando besa -sin consentimiento previo hay que decir- a la princesa, que al despertar deshace el embrujo para todos y todas sus súbditas; porque el pueblo vive y muere, duerme o despabila al hilo de sus autoridades reales, una metáfora monárquica encantadora y muy de fines del siglo XVII.
No leen, ni la Constitución o la Convención Americana de Derechos Humanos, ni los reglamentos parlamentarios, tampoco cuentos infantiles esenciales. Por eso no es tan descabellada la cita, no conviene naturalizar nada de lo que hasta ayer era un espanto, ni las amenazas y descalificaciones sin prueba de funcionarios públicos contra empresas periodísticas o trabajadores de prensa, ni el abuso sexual en una relectura bizarra que el senador libertario Francisco Paoltroni hizo en la Comisión Bicameral Permanente de Trámite Legislativo.
Javo no, Javier tampoco…Señor Presidente
Cuando escribimos “no naturalizar” nos referimos a algo para lo cual tenemos que referenciar a dos colegas, que además son muy amigos entre sí, pero con opiniones divergentes en contados casos: Alejandro Fantino y Romina Manguel.
Transcribimos textual. Dice el fundador de Neura: “lo que se inaugura me parece, vamos a tener que convivir con eso, es una época en donde estamos bajo permanentes devoluciones de la política y de la gente común. Es lo que está, nació en EEUU con Trump y hay que hacerse cargo de esa incomodidad. Eso llegó para quedarse, es como resistirse a la fuerza de gravedad”.
Alejandro el filósofo aficionado, el sencillo pescador de pauta ilustrado, justa y precisamente menciona a Trump, pero sin recordar que en agosto de 2018, toda la prensa estadounidense unificada (300 diarios entre otros) se manifestaron en contra de los ataques continuos del ex presidente Donald Trump. Nadie naturalizó sus insultos y agresiones, sino todo lo contrario.

Es el caso de Marjorie Pritchard, subdirectora de The Boston Globe, que firmó un editorial memorable fijó la clave, “hacer entender a los lectores que atacar la Primera Enmienda es inaceptable”. Agregó además algo que le cabe perfectamente a Javier Milei -no Javo ni Javier con una cercanía de la que presume Fantino pero que debiera desaconsejarse para el ejercicio periodístico profesional-, que “insistir en que las verdades que no le gustan a los mandatarios son noticias falsas, es peligroso para la democracia”.
Manguel le recordó a su colega que la gente común, las audiencias, pueden decir lo que quieran de las opiniones o la labor periodística de cualquiera, pero que el presidente está a otro nivel porque tiene la suma del poder público y su palabra se amplifica y obliga como ninguna.
Perdida la chance de naturalizar acusaciones sin fundamento o denuestos de parte del presidente, Fantino le propuso una disyuntiva (siempre textual): “vos que preferís, que te contra ataque dialécticamente el presidente (falso pues Manguel no atacó a nadie sino que expuso el pensamiento crudo de Banegas Lynch) o que te armen una causa con la AFI por la que podrías ir en cana?”. Manguel se resistió a elegir, “ninguna de las dos, quiero creer que hay mecanismos institucionales que me defiendan, que digan que esto no se puede hacer”.
Y los hay, mucho más precisos que los artículos 14, 32 y 43 de la Constitución Nacional. Se trata del punto 3 del capítulo 13 de la Convención Americana de los Derechos Humanos que declara que “no se puede restringir el derecho a expresión por vías o medios directos ni indirectos (la amonestación manifiesta de un presidente es más bien coerción directa), que define “nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones” el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos asegurando el respeto a los derechos y la reputación de los demás; y la Doctrina de la Real Malicia de la Corte Suprema de Justicia de los EEUU que ya fue invocada en fallos locales y exige que el damnificado por publicaciones periodísticas “es necesario que demuestre que la información es falsa o inexacta, y que además se disponía de pleno conocimiento de la inexactitud o falsedad del mismo. Es decir que el actor deberá demostrar que hubo dolo, culpa grave o mala fe al momento de publicar las noticias”.
Y establece una tutela muy rigurosa para proteger a los ciudadanos comunes y una más atenuada para los funcionarios públicos, precisamente porque tienen herramientas suficientes para repeler cualquier injuria. Mucho más si es el presidente, hay una asimetría de poder que también fue infantilmente ninguneada durante el debate entre Fantino y Manguel (que se extendió a casi todo el star system porteño de formadores de opinión).
Fue dicho exactamente así: “es minga el nivel de asimetría, hoy vos o yo, o Fontevecchia, Lanata, Carlos Pagni o Roberto García, tenemos tanto poder como el poder más poderoso de la Argentina, salvo que ese político”….y completa Manguel: “sea el presidente”.
Muchos periodistas, pocos pedestales

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