Desnudar un pobre, darlo vuelta como una media, es mucho más fácil que hacerlo con un rico. Hay tours antropológicos para europeos por las villas de CABA y el conurbano, porque es como un museo viviente de especies apreciables para gente normal.
Ser una persona POBRE tiene una enorme ventaja sobre la condición de NORMAL, o MILLONARIO (además de pertenecer a una clase social muy dinámica, repleta de gente solidaria y valiente en esto de pretender no vivir en los suburbios del sistema). Uno –en la condición de POBRE- se transforma en objeto de estudio de las academias, de las que los estudian para elaborar herramientas para contarlos, clasificarlos y neutralizarlos y de las que lo hacen para diseñar políticas de extensión en territorio, con maravillosos talleres de salud reproductiva, género y murga. Silvia Lilian Ferro, en una nota impecable publicada en CASH, nos anunciaba que los pobres son viviseccionados desde todos los supuestos, marcos teóricos y conceptos imaginables. Lo que comen, lo que piensan, lo que votan, lo que sienten, lo que descartan en la basura (si es que no se la comen y reciclan el resto) y en líneas generales, lo que hacen con lo que los ricos hicieron de ellos.
Sartre otra vez. Digresión para manipular una frase memorable del segundo birolo más famoso después de Néstor: Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro, los metales y el petróleo, que los ricos no han podido hacerse hombres sino fabricando esclavos y monstruos. Sartre habla de los europeos y de la pobreza que generaron en el tercer mundo. De pobres hablamos nosotros, gente afortunada. Seguro que la vicepresidenta Gaby no leyó el prólogo de “Los condenados de la tierra” de Frantz Fanon. Ni siquiera las contratapas del sartreano Feinmann en Página 12, la vicepresidenta no lee casi, pero si nos escucha podría defenderse bien: “esclavos y monstruos les dice Sartre, yo apenas lo califiqué de anormales”.
Desnudar un pobre, darlo vuelta como una media, es mucho más fácil que hacerlo con un rico. Hay tours antropológicos para europeos por las villas de CABA y el conurbano, porque es como un museo viviente de especies apreciables para gente normal. Para los cientistas sociales es un laboratorio social, una colonia de hormigas sin conciencia de clase, o con la peor de las conciencias, que es una conciencia de llegada y no de transición (somo pobre y aguantamo lo trapo). No es conciencia en sí, ni para sí, es conciencia porque sí, la que les provee la cumbia villera, el rock chabón, el raggaetón y últimamente el rap importado del Harlem neoyorquino y que permite putear rimadito sin distinguir un “do” de un “fa”.
Pero el punto es la incomprensión, tanto estudio, tanto anteojo, tanta ONG, tanto Cáritas y tantos pobres sin embargo. Según el observatorio de la UCA (que es como el ojo de Dios que cuenta rebaño existente y potencial), hay casi un millón y medio de pobres nuevitos, que acaban de ingresar a esa numerosa y gigantesca justificación de la política, la economía, la antropología, la sociología, la medicina y numerosas asociaciones civiles que invierten en programas más o menos eficaces la guita que derrama (más bien que devuelven) el Banco Mundial, la Fundación Hillary Clinton o el BID para alivianar la culpa de los millonarios que concentran ganancias para multiplicar la pobreza. Hay que ver las cosas copadas que es capaz de generar la culpa burguesa (tanto en su modalidad religiosa como laica) o la voluntad de presentarse como benefactores capaces de paliar los efectos no deseados del capitalismo (así lo consideraba Menem, así lo entiende el presidente Macri). Porque Marx no pifió tanto como parece, la burguesía es la clase más revolucionaria de toda la historia y la que –consciente de la razón de sus privilegios e intereses de clase- reabsorbe cualquier anomalía populista, casi cualquier revuelta, para alucinar una sociedad sin clases, en donde todas las diferencias se diluyen con amor, con la circulación de la palabra, con comederos y –en casos de inundación excepcional- con la donación de colchones, fideos secos y ropa de abrigo.
Dos fallidos memorables para comprender cómo la gente que tiene la vida resuelta por varias generaciones entiende la pobreza, sus usos y utilidades. El reutemista Oscar Lamberto sentenció que “el peronismo existirá mientras haya pobres, y nosotros nos encargaremos de que siga habiendo pobres”. El presidente de la Nación, hablando de los tarifazos y la pobreza aseguró que “estamos haciendo lo mínimo posible”. Después de conocer las medidas adoptadas para monotributistas, temporarios y la devolución del IVA para haberes mínimos, está claro que sí, que están haciendo lo mínimo posible y que el peronismo amigable –de persistir en el mantra de la gobernabilidad alquilada- logrará que siga habiendo pobres en cantidad creciente y por muchísimos años más.
Asumiendo que Pobreza 0 es un ideal de imposible cumplimiento pero maravilloso efecto sonoro, estamos ante una paradoja milenaria amigos. Qué implicaría el triunfo de los credos que prometen luchar contra la pobreza (tanto desde el populismo teológico como estatal laico)? Implicaría la desaparición de esas expresiones políticas, que en una sociedad sin clases habrán trabajado para su propia extinción. Pero esa profecía no asusta a nadie, ni Cristina, ni Maduro, ni Dilma (que sacaron de la pobreza a muchísima gente) acertaron qué hacer para resolver demandas de segunda generación, se mancaron. Cómo fidelizar a quien ya no necesita un plato de comida, casa, auto y vacaciones en Mar del Plata? Sin esa respuesta, el fin de las organizaciones que tienen a los pobres como beneficiarios o clientes modelo está felizmente lejos. Y mientras los gobiernos de genuina vocación popular sigan creyendo que el error no fue no ir más lejos sino comunicar mal lo bueno que se hizo…el pastoreo de pobres, las segundas marcas y los mercados para consumo trucho y barato están plenamente garantizados.
Y en esa novela sin fin, el personaje de la vicepresidenta es el más honesto y genuino de todos. Es el cuadro más libre y representativo del PRO, ajeno al cepo comunicacional de Marcos Peña. Para ella lo normal es descartar ideologismos, simplemente trabajar, ganar dinero y brindar con un Catena Zapata ($2900 o 24 pizzas) o un Cobos Volturno ($3100 o 26 pizzas). Porque en este país no trabaja el que no quiere y no se hace millonario el que no tiene suerte. Qué es lo anormal? Ser pobre. No es la banalidad del mal, no es racismo cruel, es que Gaby no puede sentir lo que jamás ha sentido: frío, abandono, hambre, impotencia o desesperación. Eso no es normal, para ella y tantos otros. No poder ponerse en la piel y el corazón de los que menos tienen o no tienen nada, esa es la verdadera discapacidad.
Bien me quieres, bien te quiero, pero no me toques el dinero. Habrá que seguir contando pobres pero también ocuparse de los ricos.
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