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  • Foto del escritorJavier Gatti

La derecha de Dios


Una clave escamoteada en los análisis sobre la consolidación del Bolsonarismo en Brasil, es el papel que juegan las iglesias evangélicas asociadas a las milicias parapoliciales y el narcotráfico. Una expresión neocristiana que no es el opio de los pueblos, pero tiene adversarios e intereses comunes con los enemigos de la democracia.


El fenómeno de la emergencia de las iglesias evangélicas (porque no es una aunque tengan características y logísticas de penetración territorial comunes) en América Latina y particularmente en Brasil, no es tan novedoso ni carece de narrativas por parte de cientistas sociales, políticos y periodistas. Pero, en líneas generales, se lo confina a una guerra de religiones por captación de feligreses, por la legítima representación de quienes creen que Dios existe y los beneficios derivados del “gobierno de las almas”, básicamente las articulaciones con el poder económico y el político de coyuntura –porque los gobiernos pasan, pero las iglesias quedan- para la captación de fondos destinados a financiar su sostenimiento más allá del diezmo que aportan sus adeptos.


Mirando con crudeza la realidad de las favelas brasileñas, podemos revisar un par de frases caras al marxismo clásico (enemigo declarado de las religiones y punto de coincidencia de neopentecostales y las derechas neo fascistas). La religión ya no es el opio de los pueblos, no porque descarten la dogmática para el disciplinamiento social, les impidan tomar consciencia de las estructuras de dominación capitalista o colisionen con otras prácticas alienantes y esclavizantes (como el consumo problemático de estupefacientes), sino porque a las granjas y casas de recuperación de adictos, los cultos cristiano-evangélicos les sumaron la conversión de grupos narcotraficantes operativos en barrios marginales, de sus líderes encarcelados, para desplazar la sociedad existente hasta mediados de los ochentas, entre el narcotráfico y las religiones afrobrasileñas (como Umbanda y Candomblé). Hacia fines de 1990 las iglesias evangélicas conformaron una red de una capilaridad ejemplar, mucho más ágil y profunda que la de los cultos tradicionales y entre 2000 y 2010 incrementaron su presencia territorial en un 60%.


La abundante presencia evangélica para la conversión en las penitenciarías brasileñas logró que las tres fracciones dominantes del narcodelito fundadas en las cárceles (Comando Vermelho, Terceiro Comando y el Primero Comando da Capital), cuenten con militantes y comandancias que abrazan la fe neopentecostal. Una subfacción del Comando Terceiro (el Bonde Jesus) es responsable de la vandalización de templos umbandas y católicos en favelas de San Pablo y Río de Janeiro, como así también de la expulsión de sus sacerdotes. Para semejante operación, establecieron acuerdos con el verdadero poder militar en ésos territorios, las milicias parapoliciales y paramilitares que controlan barrios enteros y son una rémora viviente (además del actual presidente brasileño y muchos funcionarios del Partido Liberal) de las dictaduras militares.


Hay otra frase que nuestras izquierdas y populismos pronuncian con entusiasmo cada vez que triunfa una revuelta obrero estudiantil en América Latina (como la Primavera Chilena) o gana elecciones un presidente nacional y popular (como va a suceder con Lula en pocos días): “un fantasma recorre Latinoamérica”. Lejos del color rojo, ni siquiera rosado, el fantasma que recorre el continente del que el progresismo espera tanto, es el del neopentecostalismo. Ahora bien, qué piensan? Cómo articulan políticamente? Y sobre todo…pese a ser absolutamente capitalistas, promueven algún cambio social?


Nota Cuantitativa /

Según diversos estudios religiosos existen más de 900 millones de personas que profesan esta creencia en el mundo (sumando corrientes evangélicas, pentecostales y neopentecostaes). Se prevé que -proyectando el crecimiento experimentado en las últimas 4 décadas- en diez años sumen casi 1500 millones. En el caso de América Latina una de cada cinco personas es miembro de una congregación evangélica (unos 100 millones), según una encuesta del Latinobarómetro del año 2017 realizada en 18 países.



Es con las religiones adentro


Los redactores suelen escuchar a sus lectores mientras escriben, de hecho ahora mismo puedo oír con claridad algunas objeciones: por reduccionista, parcial y anticlerical. Reduccionista seguro, hay que presentar un problema complejo en no más de 1200 caracteres, parcial también (la verdadera objetividad es la honestidad ideológica), pero no anticlerical. La religiosidad, la humana y apasionante necesidad de creer en algo superior trascendente que le dé sentido a una existencia finita, antes de que estructuraran los relatos salvíficos y sus instituciones administrativas, es un atributo notable. Dicho claramente: los cultos evangélicos son parte de un cambio civilizatorio que excede las particularidades nacionales y continentales y sacude a los populismos tradicionales y sus prácticas alfabetizadoras. Hoy el gran alfabetizador político y proveedor de oportunidades de movilidad social (incluso para las mujeres, como pastoras lideresas) no son ni la política tradicional ni el catolicismo, son las iglesias pentecostales, una novedosa expresión del capitalismo que viene a salvar al capitalismo. Sin comprender esto, no puede entenderse ni la realidad brasileña, ni la magnitud de los desafíos que enfrentará Lula de imponerse el 30/10, ni se puede consolidar sobre bases reales ningún proyecto político en América Latina.


Es cierto que –con matices- les pentecostales coinciden en un puñado de características: promueven la prosperidad económica como un fin divino, desarrollan un marketing multimedial de la fe, practican las curas divinas o sanaciones espectaculares y colectivas, colectan adeptos en las clases populares con un discurso aspiracional clasemediero (en alineación perfecta con el neoliberalismo), el iglecrecimiento (llevando la apelación del Evangelio de Mateo “id pues y haced discípulos en todas las naciones” a un nivel superior, con novedosas formas de proselitismo y organización territorial) y militan una “guerra espiritual” contra el Diablo por el destino de la humanidad, contra los feminismos, el comunismo ateo, el populismo de izquierda, la diversidades sexuales “enfermizas” y –en algunos casos- el semitismo imperialista.


Buena parte del 43,50% de votos obtenidos por el PL, provienen del apoyo explícito de las iglesias evangélicas brasileñas. Claves en la segunda vuelta.

Son además anti-intelectuales, escasamente ecuménicos y abusan del coaching emocional. Desprecian los estudios teológicos o histórico-políticos y dan batallas culturales a todo nivel con apelaciones simples y desafiantes, reñidas con toda prueba o dato científicamente construido, pero accesibles para cualquiera. Según una encuesta de Datafolha de 2019, los evangélicos representaban el 31% de la población brasileña contra un 50% de católicos autopercibidos. Pero se prevé que en 2032 se conviertan en el grupo mayoritario en Brasil.


Brasil fue colonizado por tres olas pentecostales, separadas y consecutivas. Es la segunda (1950-1970) la que inaugura un evangelismo popular con gran penetración en la radio y la televisión, basada en un modelo americano de telepastores carismáticos, en la multiplicación de templos de adoración y curas divinas. Hoy los templos evangélicos duplican a los católicos en cantidad y los superan ampliamente en presencia territorial.


Son una de la mayores fuerzas parlamentarias, aglutinados en torno del Frente Parlamentario de Seguridad Pública (FPSP) y el Frente Parlamentario Evangélico (FPE), aliados estratégicos de Bolsonaro pero cuyo mayor crecimiento se dio precisamente durante los gobiernos del PT. Hacia fines de 2019, el 66% de los diputados brasileños pertenecía a alguno de los dos frentes, montados en la frase que se convirtió en norma durante los últimos 30 años: "el hermano vota por el hermano". También es cierto que luego fueron determinantes en el impeachement a Dilma Roussef, pese a las concesiones y acuerdos celebrados. Retomando el hilo del comienzo, desde el parlamento proveen de inmunidad a los negocios ilegales con que algunas expresiones evangélicas se asocian a narcos y paralimitares en el territorio, como en el caso del Complejo Israel, dirigido por Aaron Rosa, hermano bíblico de Moisés.


Sigue pendiente dimensionar éste fenómeno sin esquematismos ni prejuicios, elaborar una cartografía de sus variantes, la magnitud y las modalidades que asumen en diferentes países y de las características de penetración que hoy los convierten en parte del poder real que asedia a los movimientos emancipatorios latinoamericanos. No existe estudio serio que no se proponga adentrarse en sus fuentes de financiamiento, en el modo en que –superando pruritos del culto católico- se articulan territorialmente con quienes administran negocios ilegales (y el rol de las iglesias en el lavado de dinero).


De cara a la segunda vuelta, Lula ya les prometió tres cosas: tolerar el control territorial de las milicias (el 57% del total en Río de Janeiro), no tocar la legislación vigente sobre cultos e impuestos religiosos, ni promover ninguna despenalización del aborto. Hacer algo diferente con ésa argamasa política, con ésas correlaciones de fuerzas, conciliar la promesa de un país mejor sin confrontar con la tierra prometida neopentecostal y un discurso plagado de exclusiones y odios focalizados.


Un desafío enorme para cualquiera, incluso para Dios, que exista o no, es invocado por derecha e izquierda y está en todos los detalles.

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