A poco más de dos años de asumir y con los últimos dos años fuertemente condicionados por el acuerdo con el FMI y una oposición que ya está volviendo, la pregunta más sonora y angustiante en el Frente de Todos no gira en torno del acuerdo con el Fondo. La gran pregunta: ¿cuál es la potencia real de Cristina para profundizar la gestión de gobierno?
La derrota electoral de 2021 marcó el fin del experimento FDT tal como fue concebido por Cristina Kirchner y acordado con Alberto Fernández y el comienzo del fin –porque aún Argentina Armónica y el Consejo Económico y Social siguen insumiendo tiempo y recursos del Estado– de la Era de la Ingenuidad, real o impostada, de convocar sistemática y tozudamente a una oposición que nunca es que la que se pretende diseñar o se alucina, sino la realmente existente; y que no tiene ninguna intención –ni le conviene de cara a 2023– de acordar ningún “núcleo de coincidencias básicas y patrióticas” y muchísimo menos hacer ninguna autocrítica por el pasado reciente, cuando ha sido políticamente indultada por el mismísimo gobierno –y cultural y electoralmente indultada por el pueblo argentino.
Algunos asesores directos del presidente nos aseguran que “ya no cree en la posibilidad de un acuerdo nacional con la oposición más razonable”, que entiende perfectamente que los halcones te picotean y las palomas te cagan en vuelo sincronizado y el mismísimo Jorge Alemán sostiene que “ni Máximo ni Cristina” creyeron nunca en ese dogma de fe del presidente y su alfil político dilecto, Sergio Massa, pero que todo oficialismo tiene “la obligación formal de convocar a un acuerdo de gobernabilidad”.
Pero mientras va siendo hora de cambiar la doctrina “amigo el enemigo” y revisar los beneficios de indultar políticamente a Mauricio Macri en vez de a Milagro Sala, convendría revisar los números de la derrota en las elecciones legislativas de 2021; no como un acto de masoquismo inconducente, sino para ajustar la división entre ansiosos y retardatarios, entre revolucionarios y reformistas, e ir dejando atrás el chantaje entre compañeres cifrado en el sintagma “vos querés que vuelva la derecha”. Porque la derecha ya está volviendo.
¿Gestión deficiente o fuego amigo?
Asumiendo que la gestión de gobierno y las correlaciones de fuerzas son dinámicas y nada está dicho de aquí a dos años –mucho menos sin tener definidas las candidaturas– vamos a hacer una evaluación que está en la mesa de asesores de Horacio Rodríguez Larreta y que también fue comidilla de la reunión que mantuvieron Gerardo Morales –otro de los grandes beneficiarios del indulto político del gobierno– y Patricia Bullrich.
Redondeando amablemente a nivel nacional, Juntos por el Cambio derrotó al Frente de Todos por 42% al 34% de los votos válidamente emitidos. Esto quiere decir que quedó a 2 o 3 puntos de ganar en primera vuelta, tanto si alcanza el 45% que requiere la Constitución como si llega al 40% pero con una diferencia –para nada descabellada con éstas cifras– de 10 puntos. Incluso si no se logra algo que debiera ser natural, que los votos de Milei y Espert jueguen dentro de un gran Frente Nacional y Gorila de Masas. La cosecha de ambos fue para cargos distritales, en CABA y PBA, pero ya fueron medidos y proyectados por el macrismo a nivel nacional y parece que le aportarían entre 7 y 9 puntos a una amplia alianza opositora, lo que haría casi imbatible a quien saliese airoso de esa interna, sean Larreta, Morales, Bullrich o el mismísimo e inoxidable Mauricio Macri.
Y todo con la plomiza novedad que aportaron las legislativas 2021: que el peronismo unido, tanto a nivel nacional como en la provincia de Santa Fe, también puede ser vencido.
Párrafo aparte para las devastadoras consecuencias de la interna y los yerros de ingeniería electoral (que suponen a Cristina como armadora infalible, por cierto) en la provincia de Santa Fe, donde el “peronismo unido” también fue vencido, por 8 puntos y con muchas menos opciones para potenciar una interna de la que surja un candidato realmente competitivo contra Carolina Losada, Pablo Javkin, Maximiliano Pullaro o quien encabece el frente antiperonista que soñó y dejó inconcluso Miguel Lifschitz.
El gobernador Omar Perotti no tiene reelección, Marcelo Lewandoski no garantiza absolutamente nada y el rossismo no tiene –al igual que el kirchnerismo a nivel nacional– más opciones que el propio Chivo, que fue duramente castigado –electoral y políticamente– luego de plantarse en la interna de 2021 aunque ahora suena como número puesto para oxigenar el gabinete nacional en el primer tramo del año. En Santa Fe, el peronismo necesita una reinvención quizás superior en calidad e imaginación que a nivel nacional.
Mirando de frente lo que resta del mandato nacional del FDT, sin interlocutores válidos ante la Corte Suprema ni reforma judicial alguna a la vista –ni la que Cristina consideró insuficiente y Massa tiene cajoneada desde hace meses–, con un FMI decidido a doblegar a su mayor deudor planetario aunque deba prorrogar el “deadline” de marzo y prestar los dólares necesarios para hacer frente a los vencimientos del primer trimestre 2022 (unos 3.900 millones), sin intenciones de regular o condicionar el sistema de medios que relata sin piedad la gestión de gobierno y que ha colaborado con el indulto social y cultural del macrismo y con la suerte de todos sus potenciales candidatos, atada a las condiciones del acuerdo con el Fondo y al derrotero conjunto de los próximos dos años, el panorama parece más bien oscuro.
Digresión sobre las exigencias indeclinables del FMI: como con cada nuevo condicionamiento, se filtró que el Fondo exige un déficit de apenas el 1,4% del PBI para 2023. La jugada es tan clara y descarada que no da ni para salir a patear portones: hace tres años violó todo reglamento para garantizar el triunfo de Macri y hoy se apega a los reglamentos que validan el coloniaje que ejecuta desde su constitución para garantizar la derrota electoral del Frente de Todos.
Los desvaríos sobre supuestos realineamientos geopolíticos de la Argentina exigen una aclaración: el compromiso diplomático chino sí, pero la solución china para la crisis de deuda no existe. Sería algo así como que el gigante capitalista asiático ofrezca 50 mil palos verdes a una tasa anual del 2/3%, con un período de gracia de cuatro años y un plazo total para devolverla de más de 10 años. No va a pasar ni está en los planes del gobierno molestar a Estados Unidos de semejante forma o confirmar el vaticinio del dispositivo comunicacional opositor, que viene ganando casi todas las batallas por el sinsentido común dominante: que Argentina es parte del “eje comunista del mal” subordinado a Rusia y a una potencia que de rojo sólo tiene –nada menos– el color del trapo de la bandera y el nombre del Partido Comunista Chino.
Sin síntesis ideológica, sin sistema consensuado para el debate interno y la toma de decisiones y sin margen para arriesgar el valor supremo de la unidad, la suerte de Alberto, la de Axel Kicillof (que va a intentar retener PBA), la de Sergio Massa (que aspira a ser el candidato de la unidad o la expresión natural del deseo del presidente) y la de Máximo Kirchner (que no quiere ser presidente ni es el candidato que La Cámpora promete para 2023), es proporcional en subida y bajada a la del Frente que los contiene. ¿Y Cristina? La de Cristina también, pero con algunas notas más decisivas.
Lealtad y desmarque: Cristina encerrada en su propio invento
Cristina contempla con fastidio y extrema preocupación el fracaso de un exitoso experimento electoral incapaz de consolidarse como herramienta de gestión y acumulación de poder. De hecho, lo ha despilfarrado en tiempo récord y –pandemia y boicot opositor mediante– casi nunca pudo gobernar en los términos del contrato electoral celebrado con sus 13 millones de votantes –hoy algunos millones menos.
El mejor cuadro político de los últimos 50 años y punto de acumulación de expectativas e ilusiones populares, está presa de su propia invención, la que por convicción personal jamás fracturaría (los discursos, cartas y tuits correctivos nunca persiguieron más que señalar desatinos y sugerir cambios de rumbo) y cuya pérdida de capital simbólico y político la afecta a un nivel que ya es motivo de encuestas y evaluaciones cerradas en el Instituto Patria. Cristina 2023 es un slogan, expresión de deseos o un plan que tiene algunos problemas: difícilmente pueda aglutinar a todo el peronismo realmente existente (que unificado y todo, se ha revelado insuficiente), necesita de un desmarque notable de parte de alguien que jamás haría tal cosa y la propia vicepresidenta lo resiste. Es la segunda vez que falla el relevo planificado: primero fue Amado Boudou como sucesor natural, tras el fallecimiento de Néstor, y hoy es Axel Kicillof, el gran ganador de 2019 que ya no figura en los planes de alternancia imaginado por Cristina.
Como en 2017, cuando le contestó a Roberto Navarro en C5N que sería candidata “si nadie más podía garantizar una victoria contra Macri”, Cristina a sus jóvenes y trajinados 68 años perece no tener opciones ni descanso. No haber podido forjar una candidatura competitiva que le ahorre desgastes mayores, incluso en el ejercicio del poder, es un fracaso inocultable del FDT como herramienta política y una deficiencia crónica del campo nacional y popular.
La salida es por arriba: afectando intereses sin pedir permiso para gobernar
Si es cierto que la Era de la Ingenuidad real o impostada y elevada a política de gobierno ha llegado a su fin, entonces está claro que no alcanzará con una interna presidencial abierta donde hasta Patria Grande tenga su propio candidato. Pero el presidente de la Nación y el corazón del gabinete (el ministro de Economía, el de Desarrollo y Producción y el presidente del Banco Central) son los mismos desde 2019 y de cara a 2023.
El cambio en la profundidad de las medidas y en el perfil de decisiones a la hora de confrontar con grupos concentrados para defender la calidad de vida de los trabajadores registrados (un tercio bajo el nivel de pobreza) y dignificar las condiciones de labor de los informales (cerca del 40% del total de la fuerza empleada activa), deberá ser operado y conducido por ellos, conscientes de que la pandemia es no es una excusa irrelevante, pero no se computa si el crecimiento económico no derrama. Y que en estos dos años se juegan –la quieran más o menos, la prefieran o no– el capital simbólico y político de Cristina, que es el último refugio de la esperanza de más de un tercio de los votantes y –por lo mismo– la única que garantiza un piso donde hacer pie contra una derecha que ya está de vuelta.
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