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Autos, Barcos y Paquetes

  • Foto del escritor: Javier Gatti
    Javier Gatti
  • 18 mar 2018
  • 4 Min. de lectura

Un barco perdido con dos pasajeros, una cárcel sobre cuatro ruedas con un guardia y un paquete acorralado, un servicio privado de entrega de gente para otra gente que no se factura en la ticketera...


Mariel sale del boliche, está cansada y feliz, el frío la despabila, es de madrugada y se sube a un remis para volver a Santo Tomé a la casa de sus padres. Tenía que avisar, tiene 17 años y la están esperando. El auto atraviesa una ciudad helada, dormida, un viento impiadoso desordena papeles en las veredas y unos pocos noctámbulos corren agazapados buscando reparo. El auto no está muy limpio, huele a cigarrillo y le va a costar convencer a su papá de que no estuvo fumando, pero la lleva a casa. El Polaco desafina en la radio y se confunde con el zumbido del motor. Mientras miraba cómo la ventanilla se tragaba árboles, casas y esquinas, pensaba que ese auto era como un barco atravesando una ciudad indiferente, suspendida. Y ella, Mariel y el remisero los únicos dos navegantes de esa travesía ordinaria.


Queda atrás la cancha de Colón y al auto enfila hacia la ciudad que sigue luchando por ser algo más que un barrio enorme de Santa Fe y el conductor no mira el camino… lo conoce de memoria, no hay un alma pensó Mariel. Lo mira de reojo y por primera vez se fija en su cara, joven, nada especial… iluminada por la pantalla de un celular en donde tipea algo, donde alguien responde también algo que no alcanza a leer. Percibe de inmediato un ruido que la saca de cualquier otro pensamiento, el conductor ha puesto las trabas de las cuatro puertas, sonaron todas juntas y el corazón comenzó a latirle fuerte. Deslizó su mano sigilosamente en la cartera, tomó su celular… miraba fijo al conductor que seguía tecleando y mirando al frente alternativamente, para chequear que no la mirase. Le parecía que su corazón latía a tal volumen que él se daría cuenta. La sienes le palpitaban y los dedos temblaban, “estoy en un remis verde flúo, corsa, entrando al puente, todo mal, me van a secuestrar”. Muteó el ringtone de mensajes casi desesperada, desesperada porque alguien conteste. Su padre contestó “voy para allá, tranquila”, pero no estaba tranquila. Mil veces habían hablado de esto en su casa, que le pasó a una amiga de una amiga, a una vecina, que la piba de Chalet, la de Barranquitas que no apareció más, que Macarena la chica de Centenario que tenía su edad.


Un montón de imágenes desordenadas pasaban por el parabrisas, un clip infernal iluminado por las luces del puente carretero. El auto no acelera pero a Mariel le parece que van a dos mil… Ya sale, ya sale, el segundo arco de hormigón pasó sobre el coche y el remis seguía siendo el único habitante de la noche, ya no un barco, una cárcel, una pesadilla. Santo Tomé no da cuenta de su desesperación, la recibe con los mismos carteles de siempre, “que mierda me importa el candidato de Miguel, estoy perdida”. Desde Candioti salen veloces dos autos, dos barcos, dos esperanzas, dos hijos de puta gritará el remisero, el auto de su tío un patrullero del comando que se cruzan sobre la avenida y lo obligan a subirse a la vereda y frenar a lo bestia. “Pendeja de mierda, matate…” alcanza a escupir sin mirarla, y sale volado del coche… y los policías detrás y su papá y su tío sobre ella. Mariel los mira como si no los conociera, está ahogada, no puede llorar. Con el rabillo del ojo, ese lugar donde se esconde el miedo a las tormentas, alcanza a ver cómo los canas traen esposado al que ya no le parece joven ni nada, ya no lo quiere mirar. “Bien mamita, acá está papá, mi princesa, nos salvamos de pedo negrita, está todo bien, tranquila”. Hunde la cabecita en el pecho de su padre y alcanza a oír a uno de los agentes…” mirá lo que escribió el hijo de puta éste, Pampa preparate que te llevo otro paquetito como el de anoche, están por todos lados estos guampudos”.


Un barco perdido con dos pasajeros, una cárcel sobre cuatro ruedas con un guardia y un paquete acorralado, un servicio privado de entrega de gente para otra gente que no se factura en la ticketera, un servicio de tráfico en medio del tráfico, celulares furtivos que entregan mensajes que entregan personas, que entregan un mensaje desesperado que salva a Mariel.


Las redes de tráfico son tramas invisibles tendidas sobre las ciudades y los pueblos, sobre el mundo. Mariel tiene frío mientras el sol se pone sobre el Salado. La trata de personas mueve 32.000 millones de dólares al año por el mundo. Mirando su celular decide guardar para siempre ese mensaje que le salvó la vida.


Según la ONG Esclavitud Cero, en Argentina el número de víctimas de trata asciende a más de un millón de mujeres, niñas y niños. Su papá le toma la mano y susurra sin mirarla… “ya pasó mamita”. La Secretaría de DDHH de Santa Fe asegura que por mes desaparecen 100 chicos y chicas, la mayoría de entre 14 y 17 años… como Mariel, que ahora sí siente correr algunas lágrimas mientras otra ventanilla se enciende con la luz del amanecer y aparece su barrio, su madre también llorando en la vereda, en la puerta de su casa.

 
 
 

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