Las revoluciones -para merecer semejante caracterización- debieran poner de cabeza, cambiar por completo las ideas económicas y políticas y los patrones o sobreentendidos culturales de un sociedad en una época determinada. No son explosiones sincrónicas ni puras, son diacronías híbridas y complejas, con avances y retrocesos, incluso retrocesos que bien pueden congelar la revolución en un momento dogmático y abortarla. O habilitar una franca contrarevolución, una vuelta enérgica y pendular a un lugar aún más retrasado del que se había partido. Las revoluciones no son un punto de llegada y parafraseando a Horacio González, en esta tensión permanente la "emancipación SIEMPRE puede NO SER". La presentación en Santa Fe del libro "Ana alumbrada, amor y locura en los 60" de Alejandra Slutzky (Editorial Punto de Encuentro) disparó una serie de asuntos subtematizados en las reconstrucciones documentales o ficcionadas de los sesentas y setentas: la sexualidad, las libertades del amor, la homosexualidad, la locura y la ternura. Casi nada...tematicemos.
La profesora en psiquiatría Astrid Rusquellas y contemporánea de Ana y Samuel, escribe en prólogo del libro aludido:
“Ana era diferente y estaba dispuesta a ejercer la libertad en toda su plenitud. Vivió los ’60 inspirada en Europa y los pensadores de su época. Le atraían las mujeres que se liberaban de ataduras culturales y religiosas accediendo a niveles altísimos de formación intelectual, comprometidas. Todo parecía posible y mi mamá seguía su ejemplo. Se liberaba como mujer. Vivir de acuerdo con sus elecciones de vida y sexualidad le iba a costar caro”.
Efectivamente, a Ana Svensson creer que las revoluciones van de revolucionarlo todo le costó varias sesiones de hipnosis a los 16 (para exorcizar una inclinación homosexual adolescente), una sanción sumaria de un tribunal de moral y ética de su propia "orga" (al estilo inquisicional y por tener una relación extra matrimonial durante su exilio cubano), la ruptura de su pareja y el abandono paulatino de su familia hasta terminar en una Clínica en Turdera donde languideció bajo la sentencia de que siempre fue una chica difícil pero que ahora estaba "mal de la cabeza". En otras palabras "loca y sin remedio" o vuelta a una cordura que la confinaba por creer que la libertad es libre de toda atadura, incluso de la moralina pacata del orden burgués en su doble condición hipócrita: laico para consagrar instituciones modernas y posmedievales, pero litúrgico y regulador férreo de la sexualidad como expresión potencialmente revulsiva, sirviéndose de las iglesias y sus doctrinas de administración del deseo y la consumación, como tutores de éstas "peligrosas" manifestaciones.
Ana se encuadró en las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) pero fue maoísta en sus orígenes, nos cuenta Alejandra según pudo reconstruir trabajasamente (y tuvo que reconstruirlo todo remontando el diagnóstico lapidario de la locura de Ana). ¿Cuánto habrá sabido Ana acerca de las notas oscuras de la revolución cultural China, a la que Mao sometió a décadas de represión sexual, dando prioridad a los objetivos políticos y militares que se llevaban casi toda la líbido disponible?. Y decimos casi toda pues Mao Tse Tung era en realidad un incontinente sexual de fuste, tan desentendido de la monogamia como un Dios puede estarlo, amante de las orgías y los jugos vaginales que -según terapias combinadas con el Tao que seguía al pie de la letra- le proveían longevidad y vigor físico. Ser Mao y vivir con libertad y plenitud la sexualidad era perfectamente legítimo, ser maoísta en cambio exigía apego a un corset moral insoportable, díficilmente conciliable con un espíritu libre como el que describen Astrid y la propia autora e hija de Ana:
"En los años 60, París vivía una liberación sexual, y la liberación de la mujer, de su cuerpo, de sus elecciones. Ella parece estar muy convencida de eso, y eso me gustó. También resultó ser muy creativa: pintaba, escribía".
Tal vez ese duro precepto -o el amor y militancia conjunta con el médico sanitarista y militante Samuel Slutzky- la desplazaron hacia corsets menos asfixiantes y de ínfulas también revolucionarias, primero el Partido Socialista de Vanguardia y luego las Fuerzas Armadas Peronistas que -junto a otras organizaciones juveniles combativas- luchaban por el regreso de Perón y la entronización del "socialismo nacional". Pero pronto se daría cuenta de que en aquellos espacios de militancia podía discutirse casi todo (incluso teniendo una cadena de mandos muy definida y vertical): los dilemas de la coyuntura, las tácticas y estrategias para promover el regreso del líder, las alternativas para forzar la correlación de fuerzas, el modo de abordar objetivos políticos y militares, pero no el modo de vivir su sexualidad. Estas cuestiones estaban sometidas a un puñado de reglas que bien pudieron provenir de la fuerte inspiración cristiana sino católica de muchos de sus cuadros superiores. Opción revolucionaria por los pobres sí, pero "con la cola limpia y bien monógamos por cierto".
Simone de Beauvoir hubo una sola
Breve didascalia interna ya que aquí entra el exilio cubano de Ana y los niños:
¿Cuántos homosexuales deben haber pensado que el gobierno revolucionario de los barbudos que bajaron de Sierra Maestra venía a mejorar su condición, a dotarles de un papel o un espacio de libertad alejado de las bacanales de la dictadura de Fulgencio Batista? Pues lo que descubrieron más bien pronto es que la revolución era atea pero homofóbica como el catolicismo, intolerante con desvíos y debilidades anormales y hasta burgueses, que se pagaron con cárcel la mayoría de las veces.
Es así que Ana y Samuel deciden vender todo e irse a Cuba con sus dos hijos (Alejandra y Francisco) -previo paso por París y Praga- para recibir entrenamiento militar. Allí ya se encontraban John William Cooke y Alicia Eguren, alejados del peronismo que el Bebe consideraba un gigante invertebrado y miope. En ese período Ana mantiene -siempre según pudo relevar Alejandra- una relación con un cubano. Recuerdo haber visto a mi madre del brazo de un hombre moreno, se la veía feliz e iluminada, lo que para mí era alegría suficiente, recuerda Ana. Luego un cordobés, compañero también se cruzó en la vida de Ana. Pero las parejas abiertas eran cosa de pocos y Simone de Beauvoir hubo una sola. A la francesa, atea, comunista, preclara y valiente feminista, autora de uno de los ensayos más importantes de aquél movimiento (El segundo sexo), semejantes osadías le costaron prestigio, su carrera docente y finalmente su pareja con Sartre. Pero la gloria eterna y el reconocimiento postrero. A Ana Svensson le cuesta su matrimonio con Samuel y un juicio de su organización, que determina su aislamiento y degradación militante.
Y es que "cristianismo y revolución" (título incluso de una célebre publicación dirigida en sus orígenes por el ex seminarista Juan García Elorrio) es una conjunción compleja, en la que los dos términos ayuntados se la dan de patadas pues suponen cosas bien distintas, listas para colisionar, incluso tratándose de concepciones inspiradas en la Teología de la Liberación.
Luego de preguntar infructuosamente a sus compañeros de militancia sobre estos hechos, Alejandra obtuvo por carta una disculpa de uno de ellos: "perdón por las barbaridades que le hicimos a tu mamá".
Alejandra pudo recomponer también la patriarcal división de tareas y distintas formaciones según se fuese hombre o mujer en Cuba. Mientras los hombres se encargaban del entrenamiento militar y las tareas de logística revolucionaria, las mujeres visitaban hospitales y orfanatos haciendo tareas "de cuidado". Mientras que los hombres podían tener parejas superpuestas o solapadas, a las mujeres se les exigía estricta observancia de preceptos monógamos y de estricta moral. La misma organización empuja a Samuel a desentenderse de Ana luego de aquellos amoríos e incluso algunos recomiendan su fusilamiento, recuerda Alejandra.
Ana, la que quería revolucionar, la que pretendía liberar a la vez que liberarse y vivir según sus ideales (alimentados de tempranas lecturas europeas), no tuvo en cuenta de que la cuadratura del círculo que suponen algunas gestas emancipatorias tenía algunas contradicciones e inconsistencias, y que las suturaba de la manera más retrógrada y cruel. Quedó confinada a la traición (y van dos): a su familia por dudar del mandato heterosexual previsto y a su compañero por no respetar el "mandato monógamo" imperante.
La prologuista Rusquellas apunta el libro "Doble vínculo" de Carlos Sluzki donde dice que “la traición percibida es la causa universal de la enfermedad mental” (...) esto es así porque recibir heridas inesperadas de aquellos en los que confiamos, confunde, es devastador y enloquece". Luego agrega de su cosecha interpretativa: "doble vínculo: amor, amigo, compañero, protector, cuido tu espalda; y simultáneamente odio, enemigo, te acuchillo por la espalda. Para completar la configuración de doble vínculo, la víctima no puede abandonar el campo, queda atrapada y enferma”.
Pero a Alejandra no le importa si su mamá estaba loca o cuerda, sabe que fue una hermosa adolescente atribulada que tenía todas las condiciones para desenvolverse plena en una atmósfera pre revolucionaria, pero tramada de códigos, estructuras machistas y muerte a la vuelta de cada esquina si el compromiso era alto y visible.
Y habrá que decir que su tremendo y maravilloso libro es un alegato a favor de la desmanicomialización de la locura -entendida como una de las formas de la sensibilidad expulsadas de la cordura- pero mucho más un señalamiento profundo y escasamente debatido sobre las exclusiones y abusos cometidos contra las mujeres, en el derrotero de las revoluciones que pretendieron un mundo más justo e igualitario.
Dolorosamente recuerda la autora cuando -durante las visitas al Hospital neuropsiquiátrico Moyano- su mamá con la cara hinchada y sobreponiéndose al estado de letargo en que se encontraba le pedía "decile a la abuela que me saque de acá, que acá me voy a volver loca, por favor que me saque de acá". En los raptos de lucidez Ana pedía ayuda, sola de toda soledad, confinada de toda vida, de todo afecto. Solo acompañada por la cartas que recibía de Julio Cortázar desde París, a quien había conocido en 1967 en Cuba y que financió su salida del Moyano (¿la hubiese rescatado del escarnio público si esa amistad hubiese sido producto de otro romance? ¿había cholulismo machista o machicholulismo también en aquellas maravillosas huestes?).
Aquello de que nada obliga tanto como la libertad y de que la esa misma libertad debe el principio rector de cualquier relación humana, no es una frase de tarjeta para el día de los enamorados. El enamoramiento es una fase abierta pero el amor en clave de posición encarna una oposición tan contradictoria como "cristianismo y revolución", pues una relación de amor requiere –para ser libre– que los dos sujetos de la paridad consentida se entreguen al otro sin dejar de ser ellos, sin pactos de subordinación o libertad condicional. "Te amo, pero no me pierdo, no me anulo en vos. Te amo, y lo mejor que puede pasarte es que te ame desde mi libertad", sería el vínculo más sano y transparente. El alarido por el presunto libertinaje polígamo es producto de un malentendido lamentable y ultraconservador o de una mascarada tramposa y burguesa del reviente.
Ana Svensson quiso beberse su tiempo de un sorbo. Amó, pensó, pintó, engendró y sufrió (militar es todo eso) y siendo una llamarada fulgurante se apagó a plazos. Pero su tumba en el Cementerio de Lomas de Zamora -siendo que el autor de esta nota entiende que son el lugar preciso para equivocar la flor y el homenaje, nada vivo hay ahí- es algo especial. Es una fosa "fuera de lo común" y al decir de Alejandra Slutzky:
"Mi mamá está rodeada de la gente por la cual ella eligió luchar y, tal vez, dar la vida. Los abandonados, los olvidados, los marginados, los pobres que no podían pagar una tumba. Todos ellos la acompañaban en su último descanso (…) Era la tumba más hermosa que conocí en mi vida y el mejor panteón para Ana. Rodeada de vida, de color y de amor entre gente que ella amaba. La fosa común, la Cruz mayor, el sepulcro de mi madre me pareció el lugar más hermoso del mundo. En ese lugar y en ese momento encontré la paz”.
"Ya no me acuerdo del olvido Ni de la ausencia lastimando, Sólo recuerdo tu silueta, Dulce habitante del paisaje; Resurrección del cielo tuyo Entre mis manos y la tarde. Ya no me acuerdo del olvido, Ando de sol con tu milagro".
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