El 9 de octubre de 1954, Perón es desplazado de la Secretaría de Trabajo y Previsión y efectúa una última solicitud: dirigirse a los trabajadores y sindicatos representativos mediante un discurso de clausura y despedida. Ese discurso fue pronunciado frente a 150.000 personas el 10 de octubre a las 19:30 horas, sobre un palco improvisado en plena calle, se transmitió por radio y fue al menos tres cosas: un falso discurso de despedida repleto de alusiones al porvenir en términos de una revolución social y política, la confirmación del liderazgo absoluto de un Perón que elige y es elegido por un nuevo sujeto social ascendente y uno de los insumos fundamentales para fogonear la explosión popular del 17 de octubre.
En ese mismo discurso Perón se anima a identificar las transformaciones encaradas por la Secretaría a su cargo como revolucionarias:
"Si la revolución se conformara con dar comicios libres no habría realizado sino una gestión en favor de un partido político. Esto no pudo, no puede, ni podrá ser la finalidad exclusiva de la revolución. Eso es lo que querrían algunos políticos para poder volver; pero la revolución encarna en sí las reformas fundamentales, que se ha propuesto realizar en lo económico, en lo político y en lo social".
Identifica clara y virulentamente al enemigo de la clase obrera -siendo que el peronismo será finalmente un movimiento de conciliación de clases o de lucha de intereses de clases regulado por un estado obrerista- y llama a la conformación de una conciencia "para sí" de la clase trabajadora, a una incansable lucha por la emancipación:
"Dentro de esa fe democrática, fijamos nuestra posición incorruptible e indomable frente a la oligarquía. Pensamos que los trabajadores deben confiar en sí mismos y recordar que la emancipación de la clase obrera está en el propio obrero. Estamos empeñados en una batalla que ganaremos porque es el mundo el que marcha en esa dirección. Hay que tener fe en esa lucha y en ese futuro. Venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos".
Y como suele suceder en los discursos de Perón, enciende y apaga, abre y cierra, llama a una revuelta popular pero manifiesta temprana y claramente sus límites y modalidades: respeto por los liderazgos y conducciones políticas, inteligencia y organización sin violencia y "calma absoluta" para "cumplir con nuestro lema de siempre: del trabajo a casa y de casa al trabajo".
El trabajo ya estaba hecho, la metodología básica de la construcción política y social del peronismo ya estaba planteada y su misión y valores esenciales también. Demasiado temprano y a la vez demasiado tarde para lágrimas radicales, socialistas, comunistas y liberales conservadoras (acaso todas ellas), que por extranjería ideológica, mezquindad, falta de reflejos y visión política o escasa sino nula vocación popular, fueron desplazados por un movimiento liderado por un milico obrerista inteligente y carismático, que prometía y realizaba y con una base de sustentación amplia y emergente. El peronismo llegó para arruinarles el negocio de la alternancia liberal y las pequeñas escaramuzas antisistema, hace más de 70 años.
La igualdad como decadencia / El relato gorila es el relato de la impotencia
Si la verdad no existe y la verosimilitud es la máxima aspiración de toda disciplina literaria testimonial (el periodismo y la filosofía polìtica por ejemplo), si no hay hechos sino interpretaciones (tan nietzscheano, tan posverdadero) y si finalmente los grandes procesos históricos siguen "hablando" en tiempo presente y son generadores de nuevas y encontradas narrativas, entonces tiene sentido hacer algo más que insertar el link con el discurso de Juan Domingo Perón el mismísimo 17 de octubre. Tiene sentido escribir "otra" nota sobre el hecho maldito que el neoliberalismo gorila aborrece, porque les cambió el país para siempre (o hasta el momento) y los obligó a discutir mano a mano con sindicatos y estados populistas cómo repartir la riqueza de la que hasta entonces se apropiaban directa y abusivamente.
Pero la profunda reconfiguración producida por la emergencia de Perón y el movimiento político que fundó -más allá "desopilante" coincidencia opositora cristalizada en la Unión Democrática- le complicó la existencia a las clases dominantes, a sus partidos identitarios y también a los que propugnaban revoluciones al estilo soviético, por entonces mayormente estalinistas, presos de la bajada de línea orgánica e internacionalista de la URSS. Esto operó (entre otros condicionantes) para que no pudieran ver lo que se avecinaba, no pudieron comprenderlo, capitalizarlo ni ahogarlo, lo leyeron desde paradigmas inapropiados y ahora estaban frente a una encrucijada que aún hoy no pueden resolver:
Superadas las chicanas acerca del fascismo demagógico, del corporativismo antirepublicano pero sin campos de concentración y el tirano manipulador y populista, se imponía un desafío intelectual, moral y ético para el que la izquierda aún sigue juntando ideas y fuerzas: el de diseñar una promesa salvífica novedosa, superadora y capaz de recuperar la adhesión de las masas obreras que dice representar.
Es altamente probable que la "moderada" promesa de un capitalismo con justicia social del peronismo haya resultado más eficaz y comprensible para los proletarios migrantes y sin formación sindical ni política, que en vez de enterrar a la patronal burguesa, de organizarse para desalambrar latifundios por sus propias manos, expropiar las herramientas de producción (léase fábricas) y nacionalizar la banca especulativa y prestamista, los puso a negociar con los sindicatos tradeunionistas y el Estado de Bienestar Peronista.
Cuando la clase obrera toma en cuenta de que para tener trabajo digno y duradero, casa, comida, acceso pleno a cultura y esparcimiento, ocio y descanso pagos y oportunidades de ascenso social no hace falta ser comunista, con el peronismo (no cualquiera) alcanza, se habilita un desafío que debiera se asumido con altura y creatividad para la izquierda: el de reformularse revisando teórica y práctica. Evitando el remanido lamento borincano que le echa la culpa de la imposibilidad de una auténtica revolución a "ese monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente", o sea el peronismo de reparto e inclusión social.
Alguna vez Horacio González decía que una nueva ética de izquierda debería repensar profundamente al peronismo y a las relaciones que establece con el partido de masas más importante de América Latina. Y que debería hacer lo mismo con el kirchnerismo como experiencia histórica capitalista y disruptiva y darse cuenta de que Kiciloff no es lo mismo que Prat Gay; debería registrar esas diferencias y arriesgarse a un frentismo tan plagado de contradicciones como las que existen en el propio seno de los puristas pero fracturados frentes trotskystas. El dogmatismo doctrinal y la transpolación infeliz de esquemas políticos trasnacionales, llevó al PC y al anarquismo del 45 a identificar a Perón con Hitler o Mussolini, plantearlos como una misma y espantosa cosa y a las masas aluvionales que lo rescataron del presidio y la segregación política con las multitudes "alienadas y embrutecidas" que fueron llevadas de las narices por los nacionalismos fascistas y biologicistas europeos. Esos errores fueron revisados -casi siempre- desde el mismo e inalterable principio de victimización que los hizo repetir el fallido ante la emergencia del 2001. ¿Cómo es que pasamos de las experiencias democráticas autogestivas de las asambleas populares a este capitalismo nuevamente brutal y atendido por sus propios dueños? Por nuestras propias limitaciones doctrinales o de articulación política? Por que no fuimos capaces de capitalizar esa hemorragia revulsiva y arruinamos muchos de esos espacios deliberativos con propuestas incomprensibles o impracticables? Porque creyendo que el capitalismo se derrumbaba por su propio peso no tuvimos nada nuevo ni concreto que ofrecer? No...jamás. La culpa es otra vez del peronismo populista y conciliador de clases, es decir de Néstor Kirchner y de todo lo que vino después.
"Cuando las multitudes del 17 de octubre marchaban por la avenida Pavón hacia la Plaza de Mayo, el joven Framini, observando todo desde la puerta de su casa –una casa socialista– le dice a su padre: “Cantan cosas parecidas a nosotros”. El padre: “Pero no llevan nuestras banderas, hijo”. En el relato de Andrés Framini, el Hijo desacata al Padre y se integra a los caminantes. En este episodio, sobre el que no queremos hacer recaer innecesariamente cierta sonoridad bíblica, reposa el populoso drama de las izquierdas y el desgarramiento que inicia el peronismo en el cuerpo de ideas del país".
Horacio González
Ávalos, Vernengo Lima y el gorilismo irracional / Breve historia de una persistencia nacional
Las anécdotas sobre el derrotero de Perón desde sus destitución como Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vicepresidente hasta el balcón de la Casa de Gobierno donde selló su pacto indisoluble con las masas trabajadoras, incluyen la mención a dos de sus más acérrimos enemigos: Eduardo Ávalos y Héctor Vernengo Lima. El primero un coronel con adhesión ideológica y estrechas relaciones con el radicalismo (incluso muy relacionado con Amadeo Sabattini), nombrado Ministro de Guerra en reemplazo de Perón y el segundo un capitán de fragata nacionalista y conservador que llegó a ser Jefe del Estado Mayor de la Armada durante los acontecimientos del 17 de octubre y que se sospechaba estuvo entre los oficiales y altos mandos del ejército que propiciaron un atentado contra el mismo Perón pocos días antes de ser confinado a la Isla Martín García.
Si bien Ávalos había sido reclutado por Perón para el GOU y compartía en líneas generales su visión sobre los problemas nacionales, receló profundamente su ascenso hasta convertirse el "hombre fuerte" de la revolución del 43. Fue solidario con la postura reactiva del radicalismo al "obrerismo demagógico" del Coronel populista y como aliadófilo que era contribuyó a la versión de que se estaba ante un "integrista fascista y corporativo". Vernengo Lima fue más lejos y fue uno de los que operó sobre Farrell para encarcelar a Perón con el pretexto de "presevarlo de cualquier intento de atentar contra su vida". Luego, con Perón libre empoderado y ante el pedido a Farrell de dar elecciones libres, el ultraconservador Vernengo postula abiertamente entregarle el gobierno a la Corte Suprema de Justicia. Por entonces tan hermética, tan permeable a los lobbys de los sectores dominantes de este país (del que provienen sus integrantes) y tan garante de los privilegios de clase como la actual.
Perón -que sabía que en manos de la Marina y Vernengo Lima corría graves riesgos- consigue fraguar una neumonía con la ayuda de Ángel Mazza (su médico de cabecera) y otras complicidades menores en el penal de la isla y es trasladado al Hospital Militar en tierra firme. Allí recupera contacto directo con Evita, con la fracción del ejército que lo apoyaba y con uno de los principales gestores logísticos del 17, el teniente coronel Domingo Mercante (a quien Evita llamaba el corazón de Perón).
Cuando Farrell convoca a Perón a Casa de Gobierno para encontrar una salida a la crisis inédita que representaban miles de trabajadores (una multitud nunca antes vista y exigiendo la liberación de quien ya era su líder y el respeto de todos los derechos concedidos por la Secretaría de Trabajo y Previsión) embravecidos y dispuestos a no desmovilizarse hasta que el gobierno no atendiese sus reclamos y le pide que les hable para mandarlos a sus casas, Ávalos y Vernengo profieren una amenaza conjunta: la de reprimir cualquier desborde en la plaza con la infantería y bombardearla desde el Río de la Plata, lo que hubiese producido una matanza cruel e innecesaria, como la que efectivamente ocurrió diez años más tarde, promovida por la Iglesia, protagonizada por la Marina y con el aval de las principales fuerzas políticas opositoras, incluido el radicalismo. Notables persistencias gorilas las que encarnaron Ávalos y Vernengo, dos pioneros del 45.
Una democracia bárbara / Otro país
El tucumano Juan Bautista Alberdi fue el más preclaro intelectual de su generación, que en 1837 redacta su Fragmento Preliminar al Estudio de Derecho como un aporte al gobierno de Juan Manuel de Rosas, al que sus pares consideraba un bárbaro inculto y despótico sin remedio. Hay que decir -por ser esquivos y sintéticos- que muy bien no le fue, tuvo que exiliarse en Francia amenazado de muerte por El Restaurador y es en el exilio en donde redacta sus Escritos Póstumos, en cuyo Capítulo V se aboca a analizar lo que a los ilustrados de Mayo y los salvajes unitarios despreciaron por incultos y bárbaros: las poblaciones del interior del país, sus formas de representación política, sus posibilidades como sujeto social colectivo. Llegó a la conclusión de que había dos posibilidades para forjar la unidad nacional: una democracia ilustrada y una democracia bárbara. Inclinándose por la segunda, apuntó que no podía hacerse una nación sobre la base de la exclusión de esas mayorías, que no podía hacerse un país en el que una minoría culta y próspera sometiese por la fuerza al resto, que había que integrarlos a una solución más integral y sustentable. Huelga decir que ni Sarmiento, ni Mitre, ni Roca compartieron esos puntos de vista, hicieron la patria unitaria y centralista del ganado y de las mieses sobre la masacre sangrienta de indios, gauchos y federales. Si el interior era la barbarie inasimilable, si bárbaro implica el que no es como uno, el otro incivilizado, casi un animal, entonces suprimirlos físicamente era un trámite indispensable para "hacer la patria". Primero deshumanizar, luego asesinar casi sin costos morales o éticos, un procedimiento que desarrollamos en el artículo Dein Kampf, de este blog.
Y no es precisamente Alberdi alguien citado por el linaje nacional y popular, no va ni de suplente en el equipo que sale de memoria y arranca con San Martín, Belgrano, Moreno, Dorrego, Rosas y etc. Es un intelectual inclasificable, incómodo, reinvindicado arbitrariamente por la historiografía liberal que -sin embargo y sin voluntad de protagonizar un proceso encarnado por un nuevo sujeto político, eso era Rosas- vio lo mismo que Perón: que había un contigente olvidado, los pueblos del interior, subestimados por incultos y barbáricos, sin derecho a nada más que vender malamente su fuerza de trabajo, recluidos en los márgenes de las grandes urbes, que si no eran integrados de hecho y derecho a un nuevo modelo de país iban a tornar inviable cualquier formato de gobierno, configurando además un régimen injusto de explotación y exclusión de aquellos que tenían derecho a ser representados. Casi un protopopulista culto, ilustrado.
La "utopía burguesa" de ser un poquito más felices
"Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, había de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente con mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. Que sea esa unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea esa unidad, sino que también sepa dignamente defenderla".
Juan Domingo Perón / 17 de octubre de 1945
El asunto de la lealtad tiene sus bemoles si lo descontextualizamos históricamente. El 17 fue sin dudas un fenómeno de lealtad indudable y potente de la masa obrera a su líder benefactor, a quien les hablaba como un igual, con giros populacheros, con amor filial, que prometía y realizaba en un todo coherente que impactaba sobre sus condiciones materiales de existencia y que refrendaba aquello de que los pueblos no engañan ni abandonan a quien los ayuda. No había "tres perones" o "tres peronismos" a esa fecha. Ser leal a Perón significaba una sola y virtuosa cosa, abrazar una ideología y una praxis que apenas excedían a quien la encarnaba (la doctrina era la palabra y la praxis viva del coronel populista) y que tenían por cometido central lograr que "todos los trabajadores sean un poquito más felices". Nada de dictaduras proletarias, nada de colectivizar la propiedad privada ni de gestión directa de los medios de producción. Pleno empleo, aguinaldo y vacaciones pagas, participación creciente en las ganancias empresarias, viviendas dignas y suficientes para todos, acceso garantido a educación y esparcimiento de calidad y por justicia social, no por caridad aristocrática ni evangélica. Ser felices era tener lo mismo que cualquiera, no las sobras o una porción de los excedentes extraordinarios, porque así era justo y merecido, lo que fue moldeando una "cultura de la dignidad". No sistémicamente disruptiva en los términos del marxismo o el trotskysmo más dogmático, no como un paso previo al socialismo de masas sino como un punto de llegada capaz de perpetuarse conjurando una correlación de fuerzas inestable pero administrada en beneficio de los más necesitados por un Estado fuertemente intervencionista.
"Siempre he vivido siempre en esa tensión entre el psicoanálisis, que se mueve en el campo del sujeto, y la izquierda, que piensa el colectivo. Lo que el psicoanálisis dice de la condición humana no encaja en ciertos sueños y anhelos de la izquierda. Sin embargo, pienso que tiene que haber ya un giro dentro de la izquierda, que no puede seguir pensando en proyectos emancipatorios sin admitir cómo está hecho el ser humano"Jorge Alemán
Sería temerario desde esta perspectiva, proyectar esa gesta luminosa sobre las sombras y conflictividades de la coyuntura actual para concluir que la lealtad al líder es un valor supremo indiscutible, irracional (porque no requiere ser razonado). Los liderazgos, los peronistas al menos, se refrendan con acciones concretas en beneficio de lxs trabajadorxs, capaces de alcanzar la soberanía política, la independencia económica y la justicia social, esas tres acciones que concitan adhesiones populares mayoritarias, lealtad en los hechos y en los votos, en las calles y en las urnas. No son muchxs lxs dirigentxs que pueden ostentar semejantes logros o voluntad de recorrer esos caminos al menos, incluso equivocando el diagnóstico previo o la implementación concreta de una u otra medida. Tampoco parecen demasiadxs los que posean -más allá de las construcciones mediáticas de candidaturas o liderazgos- un respaldo popular considerable.
Como dijese recientemente una líder con gestión y votos indiscutibles (desde los hechos, interpretaciones habrá miles y contradictorias), muchos de los que sueñan con el traje de presidente jamás podrán llegar por el voto popular, porque no los acompaña, porque por mucha plata que pongan en medios y redes sociales especializados en fabricar "productos de consumo masivo electoral", no poseen ninguna de las cualidades de un líder peronista desafiante y popular, prefieren negociar con la oligarquía que Perón fustigaba antes que enfrentarla, curten un pragmatismo amoral y propioculista y en aquél 17 de octubre seguramente hubiesen equivocado el bando.
Y no se trata, dada la enorme complejidad y amplitud de un movimiento que ha superado largamente su gesta y formato original, de negarles la condición de peronistas a los Massa, los Urtubey, los Schiaretti o los Pichettos (no decimos Manzur o Uñac para no agobiar), sino de justipreciar su condición de conservadores, liberales y burócratas. No se sabe qué clase ni magnitud de reacción popular podría acarrear el potencial encarcelamiento de Cristina, pero no cuesta mucho imaginar que si alguno de los cuatro mencionados corriese la misma suerte (porque como diría Nebbia "hoy estar en la prisión es una distinción") sería una multitud de no más de 100 personas -entre adherentes, alquilados, familiares y amigos- la encargada de ir a rescatarlos del equívoco. Porque ellos nunca se jugaron por el pueblo, ni se enemistaron seriamente con la oligarquía, siempre fueron peronistas.
Algunos cantitos populares del 17
/ La patria sin Perón, es un barco sin timón.
/ Perón no es comunista, Perón no es dictador, Perón es hijo del pueblo, del pueblo trabajador.
/ Salite de la esquina oligarca loco, tu madre no te quiere, Perón tampoco.
/ Aunque caiga un chaparrón, todos todos con Perón.
/ Vea vea vea que cosa más bonita, venimos a la Plaza a lavarnos la patitas.
/ Yo te daré, te daré Patria Hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P: Perón!!!.
/ Que nadie lo discuta Braden hijo de puta.
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