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  • Foto del escritorJavier Gatti

Amanecer bajo los puentes

Actualizado: 5 oct 2023


Siguiendo con una cierta previsibilidad de gustos o consumos "culturales", llega el momento de Tejada. A estas alturas relatado y manipulado de muchas maneras, se diría que la "Canción para un niño en la calle" interpretada por Mercedes Sosa y René serían como el Billiken de Armando? Un Tejada para iniciadxs? El linyera que mascaba con agria altivez su miseria de origen, el comunista (al igual que la Negra Sosa o César Isella) que le agradecía a Perón la conciencia y le reprochaba la mansedumbre de clase, el poeta abrasadoramente original, el de los calificativos acumulativos que en vez de agobiar enriquecían al adjetivo solo y duro, el firmante del último testimonio revolucionario de la música popular argentina, el perseguido por la Triple A que jugaba a las escondidas con la muerte, el que fue injustamente ninguneado por el radicalismo refundacional del 83 (junto con toda la experiencia setentista) y hasta el que disfrutó algún buen o mal vino en casa de mis padres, recitándole a mi abuela en la sobremesa. Algo de eso está en uno de sus cuentos más inspirados, más duros y distintos. Se respetó la escritura originalmente editada, cualquier otra cosa hubiese sido un atrevimiento.



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Los dos sabíamos que no era cierto, pero a mí me encantaba contárselo y a él, al Toto, le encantaba escucharme.

¿De dónde podía haber tenido yo, su hermano, un caballo que se llamaba Marcial y que tenía una enorme estrella entre los ojos, de enorme lucidez, como dos noches? ¿De dónde podía tener yo la casa, de puso y pleno sol, que no teníamos?

Pero nos gustaba a morir tener un caballo que se llamaba Marcial con un estrella y en una casa con sol grandote, tamañazo, revéz más bien violento de la madriguera de abajo del puente donde dormíamos con el solo calor de nuestros cuerpos y el pedazo de trapo o arpillera que habíamos robado andá saber adónde, porque hacía rato ya que andábamos alzados, huyendo de la ternura furiosa con que mamá nos azotaba, a manotones con la miseria que llegó con cuatro velas y sin sopa el día que se llevaron al Papá, totalmente dormido como lo recuerdo, los cuatro peones de la Municipalidad, porque no había cómo ni quién entre nosotros.


Desde entonces –o desde antes, según la versión de mis hermano mayores- para comer había que avivarse o procurarse o como se dijera al modo nuestro, toda vez que no había nada que comer de una manera absolutamente seria y definitiva. Por lo que cada cual, allí donde estuviera, se las tenía que arreglar con las dos manos, con las diez uñas o los dos pies, las rodillas, los codos o la mismísima madre querida que nos trajo al mundo, sólo para verse sola con nosotros delante, ocho que andábamos de los veintitrés que parió, si contar a Manuel y Nazario que eran, fueron, asuntos de mi padre, que debe haber tenido también su mediodía en medio de la cueca o acaso, si cantaba, su caliente abriboca después del vino, como siempre sucede cuando uno es disponible.


Así es que yo, penúltimo número 22, casual e inevitable como cualquier otro resfrío, debía procurarme. Y el Toto, como yo casual e inevitable, a patas por la calle, procuraba conmigo. Pero a él le encantaba acortar el camino, escuchándome hablar. Así es que conveníamos lo que yo le contaba. Era un pacto de honor. Jamás se le ocurrió hacerme la zancadilla ni exigirme las pruebas de los hechos contados. Me dejaba mentir en su provecho. Y yo inventaba cosas, milagros, maravillas, le contaba películas partiendo de los afiches aunque los dos supiéramos que ninguno sabía y ferozmente menos, que existiera un caballo con una estrella y una casa solar, con jamones y sol como decía él. Pero quiero jurar que nos hacía bien. Pero puedo llorar por estas cosas. Fueron dos años enteros: desde los seis a los doce o algo así. Toda nuestra inocencia supongo que sería.


El Toto me llevaba un año y medio. Raúl un poco más. Lucas, toda una vida. Lucas fue de linyera y volvió proletario, condición que aprendimos por el cuarenta y cinco, después, cuando Perón prendió fuego en nosotros y llamó a los bomberos. Caso que ahí quedamos, del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, pero esa es otra roncha como dijo el mosquito.

Cuento que yo contaba, que le contaba al Toto historias con caballos, que íbamos a la imprenta, que sacábamos diarios con la muerte del Papa, creo que Pío XI. Entonces ardió España de su luz y su sombra, pero ganó la sombra, es decir la ceniza, según me fui enterando por Pablo y por Vallejos. Un día de esos deben haber sitiado de muerte a Federico. El sería noticia en ese entonces. ¿Habré voceado yo su muerte enorme? No recuerdo en mi voz esa agonía. Juro que no recuerdo y que me duele, como suele pasar con las peleas: después viene el dolor, después se hincha. Después puedo gritar: “Y fue en Granada”! ¡Carajo, fue en Granada! ¡Qué sabía…Ay, don Antonio, abajo del ciruelo; ay padre de mi voz, puedo jurarle que yo recuerdo que tenía frío, que no recuerdo si grité esa muerte, que no puedo acordarme del olvido!



"Todo quemaba como Stalingrado y dije Partisanos o Salernos, un fuego súbito en el que todo ardía en tanto yo tenía un hambre ciego, particular, insomne, permanente, un hambre mío en medio del infierno".


Pero todo era así: feroz y hermoso, vital, canalla, límpido, grosero; alucinante, duro, sustancioso; soez, maligno, espeso, miserable; todo era iniquidad, nazi, jocundo; asesino, Guernica, Alcázar, canto; miedo, trepidación, zarpa en la sangre; concentración, ejército del Ebro; era la chispa, el grito que no vuelve, París, aliados, Londres, bombardeos; tremaba el Riders Digest por manteca y supe Praga, Maginot, Dunkerke; todo quemaba como Stalingrado y dije Partisanos o Salernos, un fuego súbito en el que todo ardía en tanto yo tenía un hambre ciego, particular, insomne, permanente, un hambre mío en medio del infierno, un hambre de siete años cabalgando sobre un Marcial caballo y sobre un cuento, que al Toto le gustaba que contara, aunque supiéramos que no era cierto.



PDF Completo / Amanecer bajo los puentes. Juárez Editor . 1971:




Apostilla muy menor /


"Cuando asumieron los militares prohibieron que se dijera su nombre en los medios y no podía actuar en ninguna parte. Una vez en Santa Fe, por ejemplo, hubo una amenaza de bomba en el lugar donde iba a actuar. Vaciaron el lugar, el ejército lo detuvo y se lo llevaron. Lo dejaron en la ruta, cerca de San Nicolás, y le dijeron: “Hasta nuevo aviso usted es persona no grata en Santa Fe”.

Gloriana Tejada Gómez / Página 12 . 13/11/2002


Nota del Blog: El productor de semejante provocación, fue mi padre, con quien tanto quise y quiero. Por lo tanto y de primera fuente, van algunas correcciones:


El lugar donde iban a actuar Tejada, mi padre y otros músicos es el Centro Cultural Provincial (ahora y por entonces). Armando llegó a Santa Fe 5 días antes del espectáculo para ajustar detalles de la presentación con el resto de los artistas. No fue el ejército sino la Policía Federal la que estuvo a cargo de implementar el operativo, tampoco vaciaron el lugar. El oficial a cargo se presentó ante mi progenitor (Tito Gatti) y le notificó que venían a llevarse a Tejada para sacarlo de los límites de la provincia de Santa Fe (donde efectivamente, casi único dato posta, fue declarado persona no grata). Y entonces...AMPLIAREMOS.


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